Zona Norte
Más casta y a mayor costo
Por Sandino M.

El incipiente gobierno de Javier Milei ha echado por tierra todas las premisas sobre la que cimentó su campaña electoral: pospuso indefinidamente la dolarización y el cierre del Banco Central de la República Argentina (BCRA), emitió dinero para financiar gastos corrientes en la primera semana de gestión y, sobre todas las cosas, llenó el gobierno de funcionarios y asesores que son los más fieles exponentes de la denominada casta que venía a combatir.
El hecho de incumplir todo lo prometido y de formar el gobierno con la más acabada expresión de “los mismos de siempre”, refuerza el sentimiento de abulia de la sociedad y magnifica la crisis de representación política que, junto a la crisis económica, fueron la principal causa de su acceso a la Casa Rosada. Esta situación abre interrogantes sobre la legitimidad y eficiencia de la democracia liberal representativa tal como la conocemos.
Casi seis de cada diez argentinas y argentinos no han elegido al actual presidente en la segunda vuelta electoral. El problema es tanto más acuciante si tomamos en cuenta que en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), donde se presentaron todos los candidatos y candidatas habilitados, sólo el 20% de la población escogió al actual presidente, para que lleve adelante los rumbos de la Nación.
Si bien Argentina es un país presidencialista con tradición de liderazgos fuertes, la legitimidad del actual gobierno no es la pretendida por el presidente, ni la que se fuerzan en instalar los multimedios. Además, al ser su liderazgo de carácter carismático, su popularidad depende de la confianza de la población hacia sus acciones.
Achicar el Estado para agrandar los bolsillos
El mayor triunfo de la hegemonía neoliberal es la desesperanza generalizada en relación con el carácter transformador de la política. En los últimos 8 años la situación de la gente empeoró sistemáticamente de manera casi ininterrumpida, a pesar de que hubo gobiernos de signo ideológico presumiblemente opuestos.
De este modo creció el desencanto de la población, de la mano del descrédito de los dirigentes y un particular encono con la “casta” entendida esta como la clase política que se ha perpetuado en los distintos espacios de poder durante los últimos 40 años.
El actual presidente ganó las elecciones mostrándose como la contrapartida de este fenómeno que, por otro lado, es global. No tuvo trayectoria en el ámbito de lo público y prometió combatir a los políticos demonizando al Estado como el responsable de todos los males del pueblo argentino.
La política son los mecanismos, las formas mediante las cuales se establece un orden y se organiza la existencia humana que siempre se presenta en condiciones conflictivas; mientras el Estado es una estructura política compuesta por un gobierno, una burocracia pública, una fuerza policial y militar, y un ordenamiento jurídico-impositivo.
El poder del Estado se ejerce sobre un territorio y una población, que son sus componentes materiales constitutivos. Sin embargo, además de poder político institucionalizado, el Estado es también un campo estratégico de lucha, en el cual los diferentes actores se enfrentan y se reconstituyen como sujetos políticos.
El debilitamiento del Estado, en tanto garante del ejercicio de derechos y de su carácter como proveedor de bienes y servicios, se basa en la desconfianza de la ciudadanía hacia el Estado y hacia la política como vehículos de cambio.
Pero ese debilitamiento no es inocente ni casual, el “achicamiento” del Estado en realidad lo que busca es garantizar, exclusivamente, la propiedad privada y el libre comercio evidenciando así su rol de garante de la clase dominante expresión de los grupos económicos concentrados.
El Estado actúa entonces como un recurso de poder en sí mismo y en su capacidad para movilizar otros recursos de poder materiales y simbólicos. Del mismo modo, el ataque constante a la clase política tiene por objeto alejar a las mayorías de la discusión pública.
En referencia a la trascendencia de la participación activa de las masas en la vida política de un pueblo, es menester recordar las palabras del General Perón: “Los que algunos llaman la opinión independiente es indiferencia, que en el orden político es estupidez política. Cuando un hombre dice: ‘yo soy apolítico’, es como si dijera, yo soy un cretino. No digo lo mismo de un opositor que no comparte mis ideas. Pienso que es un equivocado”.
Síganme que no los voy a defraudar
Una parte minoritaria de la sociedad argentina, primera minoría, pero minoría al fin, ha elegido a un líder carismático que azuzaba el hartazgo de la población hacia la política y el Estado, medido este principalmente en términos materiales (su situación socioeconómica) y de afinidad (descreimiento de los líderes políticos).
Ahora bien, en las primeras 48 horas de gobierno, Javier Milei ha traicionado estas dos expectativas que se habían depositado sobre su gestión. Ya antes de asumir había nombrado como miembros principales de su gobierno a los exponentes más acabados de familias patricias argentinas, que además están vinculados a los más escandalosos eventos de corrupción.
Sólo para citar dos ejemplos puso a cargo del Ministerio de Economía a Luis Andrés Caputo de quien hace apenas unos años decía que se había “fumado” de manera irresponsable e ineficiente 15.000 millones de dólares dejando una bomba con las Leliqs; y como ministra de seguridad eligió a Patricia Bullrich Luro Pueyrredón el personaje que posiblemente haya estado en más partidos políticos distintos y a quien, durante la campaña electoral, Milei acusó de matar niños poniendo bombas en jardines de infantes.
Por otra parte, realizó una devaluación brutal generando una inmensa transferencia de riquezas desde los trabajadores hacia los grupos económicos concentrados; empeorando así de manera dramática e inmediata las condiciones de vida de casi toda la población.
Sin lugar a dudas, el gobierno de Javier Milei es legalmente legítimo, pero esa legitimidad que es fundamental para conducir a la sociedad, para convertir la coerción en consenso, está cada vez más puesta en duda.
Se le pide a la gente un enorme sacrificio durante un tiempo indeterminado conforme se revela que el presidente es la más acabada expresión de lo que juramentaba combatir. Mientras sigan tensando la situación con actitudes dictatoriales que ignoran todas nuestras instituciones y militarizando las calles para reprimir a quienes protesten contra las políticas de hambre y extranjerización de nuestra Patria; estará en juego no sólo la continuidad de este gobierno, sino que crujirán tras él los cimientos mismos de nuestro régimen político.